Hay libros y libros, hay poesías y poesías. Al sumergirme en esta obra he encontrado una poeta. Ya le conocía de su voz al escuchar los poemas que ha recitado en diversos actos, otros que ha escrito en revistas y libros colectivos colaborando con lo que hiciera falta. ¡Por fin su obra poética va anidando en el papel!

¿Qué decir con tantas percepciones que le acompañan de poetas y mujeres que saben leer su obra? Y que lo cuentan como introducción y para concluir. Tan precisas, acertadas y clarividentes son para el lector los comentarios que ¿qué añadir? Sin embargo he buscado desde dentro de lo que ha escrito Cristina compartiendo un reto con Alfredo García, San Miguel de Escalada, que es encontrar la palabra invisible que da título al poemario y que lo acompaña en cada verso. Para él es precisamente “invisible” la palabra invisible. Puede ser. La autora abre un interrogante que no responde. O ¡la que quiera el lector!, dice. Me pregunto si está escrita en alguno de los poemas, aunque escondida en algún rincón. O no. Lo que sí he sentido es que las palabras que no vemos palpitan porque sangran de amor, de olvidos, de ruido.

¿No se clavan sus versos como puñales?, imposible es que dejen indiferente: “vivir viva tu muerte de estrellas infinitas.” Da un salto para ver desde otra perspectiva hasta construir con el lenguaje un todo que la poeta coloca delante de quien tenga el libro en sus manos.

La escritura se hace a tientas
esta es la ley de la escritura.”

Tras el título comienza la sonata de una sinfonía: “Qué esconde entre la palabra / y la palabra…” En este primer poema acaba:

Ahí en lo profundo
donde la nada se transforma
en nada

ahí se aparea el universo.

Quienes la conocemos podremos adivinar a qué se refiere el título, quienes no pueden inventar su propia palabra invisible. La que no se ve, pero que flota permanentemente. El final del conjunto de poemas es clarividente, sin que se vea.

Tú me miras sin verme
recuerdas
cuando cada palabra me acariciaba toda
y sangraba de alma
.”

En un Ágora Infantil una niña definía la poesía como una adivinanza. Los más mayores se rieron. Expliqué que sí que lo es. Forma parte de la esencia poética, ¿que es si no una metáfora?, es necesario adivinar, y quizá saber, a qué se refiere. Todo poema es un enigma que abre nuevos horizontes. Hay libros especiales, como éste, que juegan a ser poesía.

Cristina Penalva recitando el monasterio San Miguel de Escalada en el Encuentro Poético que cada año organiza Alfredo García, que vemos en la foto escuchando atentamente.

Tal es su maestría y su conocer la literatura poética. Lo que Antonio Gamoneda entiende como “decir sin decir.” También en la manera en que escribe sin comas ni puntuaciones permitiendo al lector crear su propio ritmo, elimina el corsé de las formalidades y deja que las palabras choquen. De esta manera se convierten en un grito que lanza al mundo inspirado en lo cotidiano, sin transcendencias ni mística de cartón piedra.

Para mí todo el poemario es una metáfora en sí misma, en la que adquieren forma su lucha y compromiso social, su poesía lanzada desde una desesperanza pasajera, suave porque su filosofía práctica del vivir hace que no le importe lo que venga en un futuro. Sino lo que hagamos. Trasluce su compañerismo, su solidaridad que, como dijera Ernesto Cardenal, no es una palabra. Hechos, y para Cristina su poesía forma parte de esos actos que lanza al mundo, por ello su empeñó en organizar acontecimientos, en participar en todos los que puede. En especial en su Alcalá de Henares, donde recuerdo con especial cariño aquel 20 – 20, que cada día veinte de mes a las veinte horas nos reunía para escuchar y recitar poemas de ¡tantos y tantas poetas!

He vuelto a leer y he vuelto a releer este libro para sumergirme en sus palabras, las que se ven y leen. He visto como el recuerdo es una manera de encontrase la autora con ella misma. Compruebo que convierte su estado de ánimo en un paisaje. Se lo ofrece a quien lea lo que escribe. Produce deleite, sosiego despertando lentamente la conciencia poética y social, porque viene a confirmar que sin sensibilidad no hay nada, nada que merezca la pena. “Sólo desde el desierto se puede tocar el cielo y
la indiferencia.

Cada verso es un eslabón encadenando metáforas que a su vez cuentan lo que sucede a la poeta en el momento de escribir. No son meras ocurrencias sino que esculpe la palabra para dar forma a un contenido que queda de fondo. Es una escritura para dejarse empapar de ella, de “ese chorro de alma que te llama.” Y, sin embargo, Cristina se calla, se esconde en el poema para dejar que quien la lea se asome y pueda indagar sobre lo que cuenta, por ello es una poesía reveladora. Expresa lo que siente, pero con un halo de lejanía. Coloca una especie de neblina, de bruma, ante aquello que manifiesta, por eso el lector deberá indagar si quiere que su lectura resuene en su interior, porque esta poeta conoce el lenguaje poético, este idioma de la literatura que se destruye al narrar, como suele suceder en quienes quieren hacer poesía antes de ser poetas.

Unas palabras de poesía que envió Cristina Penalba para completar el Camino de Versos que realizamos en León junto al Ágora el Día Mundial de la Poesía el año 2018.

No es palabra invisible la que no está, sino la que es presente constante como una brisa que recorre cada rincón de los versos. Toda poesía ha de ser un laberinto para perdernos en ella. Deja un rastro para seguirlo hasta el final: “recorté mi alma en pedacitos / y la fui repartiendo por las calles.” Son muchos los versos que describen la poesía de Penalva tal cual es. Se atreve a dialogar con la muerte cara a cara, “morimos derramados.” Estremece, al mismo tiempo que nos da alas para recorrer su camino poético.

¿Cuál es la palabra invisible? Una, en singular. Busque cada lector la suya. A esto nos invita con la idea final de Stefania Di Leo: “Cuya fuerza del amor triunfa más allá del silencio de la muerte.”

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