Esta novela me sorprendió. Gracias al club de lectura de Montemadrid en el barrio de San Cristóbal, Madrid, la conocí. También a su autor. Trata sobre un amor a la naturaleza que se implica con ella, que hace que quien lo profesa forme parte de ella, de manera que respeta, pero puede llegar a ser cruel como la vida misma en estado natural.

Quizá el mensaje de la novela es que la cultura interfiere en este proceso, o más bien es la fuerza de lo natural lo que hace ver una dimensión más intensa en los sentimientos y en la palabra. De esta manera el protagonista de esta obra, Antonio José Bolivar Proaño, es un anciano que ha convido con una tribu de la selva del Amazonas, con los jíbaros, que parece ser era una manera de llamarlos sin que lo fueran exactamente. En este colectivo no existían los celos, porque el amor lo es en sí mismo, sin dramas ni emparejamientos.

Este personaje conoce al doctor Rubículo, que es dentista. Le lleva novelas de amor. Se pregunta si de sexo: “No, del otro amor. Del que duele.” En éstas no paran de salir escenas de besos. Él observa que los jíbaros no lo hacen nunca. Una observación curiosa. Él estuvo casado con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramente, que muere por Malaria. Ella rechazaba también los besos cuando él de joven quiso unir sus labios. Una coincidencia entre la cultura mística y la naturaleza.

En aquel ambiente de cazadores y aventureros encuentran en la selva el cadáver de dos americanos que llevan consigo la piel de cachorros de tigres, las tigrillas. Los padres de éstos están heridos en una pata. Se vuelven violentos, sobre todo la madre matando a indígenas y siendo un peligro. Matan al macho. El autor hace ver que la reacción animal es fruto del amor y que los seres civilizados matan animales por enriquecerse y vanidad. Llama a la escopeta “bestia de metal.”

Antonio ha aprendido que los gringos emputecen el amor, la naturaleza, ¡todo!, acaban con la virginidad de la amazonía. Lee novelas de amor para olvidar la barbarie humana. Debido a sus conocimientos de la selva le pidieron que participara en la batida contra los tigres, sin que nadie entendiera nada. La conclusión es que conocer la naturaleza hace amarla, mientras que, de alguna manera, amar a las personas nos llevan a conocerlas. La cuestión es que el “el hombre es especialista en hacer desiertos.” No sólo en lo que nos rodea, sino en nosotros mismos.

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